Contra Jubilados y «barras» imaginarios se militarizó la Plaza

La maldad le fascina a este gobierno. La banalidad del mal que descifró Hannah Arendt palidece frente a la cultura del mal que ejerce Milei. Salir a la caza de jubilados cada semana solo es justificable desde un severo brote de delirio psicótico que es conveniente hacérselo ver. Por eso esta vez se vallaron el cerebro. Cercaron la marcha y militarizaron la plaza. Tenían miedo. No querían las imágenes de la semana anterior, con su violencia ligera, de piel y huesos: un golpe, una bala de goma, un «gasesito». Todo normal, naturalizado. Esta vez no.

El gobierno de Milei se ha convertido en una inquietante máquina de aterrorizar, de violentar, de deshumanizar al otro, de inferiorizar para dominar, de colocar a las personas contra las personas. Para que la cultura del odio progrese es necesario mentir, distorsionar los hechos, atacar la solidaridad, declarar los derechos humanos como una amenaza, alimentar la furia racista, xenófoba, sexista, homófoba, que desembocan en prácticas de violencia obscena, irracional, como soporte inestimable de una opresión precisa.

La violencia de «clase» fue siempre una obsesión concreta de la estructura económica dominante y jerárquicamente explotadora de nuestro país. Hoy se enmarca en la nueva modernidad. Una clase de mal que ya no se esconde. Se exhiben a plena luz del día, sin prejuicios ni complejos.

Hubo mucha vida hoy ahí afuera. El fútbol estuvo presente, en menor medida, pero acompañado de la liturgia. Gestos de cobijo, con carne, músculo, rostro. Sólo una parte del fútbol: los hinchas. No hay señal de aquellos que tienen en sus manos un altavoz inconmensurable. Esa infinita capacidad para silenciar el sufrimiento humano.

Los jubilados y los «barrabravas» imaginarios han apelado a la capacidad humana allí donde la inteligencia y la esperanza parecen haber proscripto. Han decidido que el pensamiento salga a la calle, que toque el suelo, que se sienta libre, desafiante. El ejercicio más digno de libertad no consiste en seguir consignas o aceptar realidades impostadas, sino en permitirnos el lujo de ponerlas en cuestión. Detrás del decorado espera agazapada una derecha ultra, inhumana, de profetas belicistas que huelen la sangre y babean.

Aunque parezca imposible, inalcanzable, utópico o absurdo, el mundo del futuro es también el mundo que estamos eligiendo. El pasado pasado está. Un pasado difícil de olvidar: como el de ese amigo al que le preguntaron que tal había dormido la noche en que Milei ganó las elecciones: «dormí como un bebe», dijo, «cada cinco minutos me despertaba y lloraba». Ya no llora. Está medicado.

(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979.

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