Se gustaron en el secundario y 15 años después se reencontraron, pero un nuevo límite se interpuso: Apenas lo vi, me enamoré.

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Sabrina se acercó a Charly cierto día mientras estaba en hora libre. Cursaban el tercer año del secundario en Rosario y, hasta esa tarde, apenas sí habían intercambiado alguna que otra palabra. A la joven no le atraían los chicos del colegio y solía frecuentar a sus amigos del club, con quienes organizaba las fiestas, hacía deportes y compartía tardes de mate en la costanera. Pero Charly apareció diferente ante sus ojos, tal vez, porque era el chico nuevo que venía de otro secundario, lo que le daba un aire de “extranjero” dentro de los aburridos compañeros de siempre: “Venís de otro cole”, rememora haberle dicho aquel día. “La verdad es que apenas lo vi me enamoré”, reconoce hoy.

Charly levantó la vista sorprendido. Ante él halló a una chica de pelo castaño apenas ondulado muy largo, con unos ojos enormes, pardos, que lo miraban con curiosidad. ¿Cómo no perderse en esa mirada que lo hacía sentir que era la única persona que existía sobre la faz de la tierra?

Hablaron animadamente durante los siguientes tres días que le restaban a la semana y el viernes se despidieron con un roce especial de manos. Cuando el lunes llegó, Charly le preguntó si quería ser su novia. Sabrina, sin pensar ni medio segundo, dijo que sí.

El beso que no fue

Duraron siete días, si contaba el fin de semana. Sabrina llegó llorando a la casa de su mejor amiga, que tuvo que esperar casi una hora hasta poder calmarla, tras abrazarla fuerte, servirle chocolatada caliente: “Hace bien al corazón, dice mi abuela”, y buscar otro rollo de papel higiénico. Cuando la calma finalmente llegó, Sabrina le contó que lo quería, pero que no podía estar con él. Su madre le había advertido de las malas intenciones que tienen todos los chicos a su edad y que no era bueno siquiera que la rocen. Por ello, cuando finalmente Charly quiso darle un beso, ella salió casi corriendo del susto.

“No me acerqué por varios días a él, después le inventé una excusa y nos distanciamos”, rememora Sabrina hoy. “No entendía nada, pero, la verdad, yo venía de una familia muy conservadora con una madre muy exigente que me llenó de miedos que me costó superar a lo largo de mi vida”.

Y fue así que Sabrina y Charly continuaron viéndose cada día hasta el fin de sus estudios, sin hablarse. A su vida llegó finalmente un novio del club con el que se animó a dar el primer paso, aunque ella muchas veces lo espiaba a su exenamorado, preguntándose cómo se sentiría darle un beso a él.

Muchas veces lo espiaba a su exenamorado, preguntándose cómo se sentiría darle un beso a él.

Muchos años pasaron, quince para ser más precisos. Cada cinco, la camada en la que Sabrina había egresado festejaba la ocasión con un gran asado en uno de los clubes del barrio. Las dos primeras veces, la joven no había podido asistir, primero por el período en el que había vivido en el extranjero, y en la segunda ocasión, porque se había casado con un hombre muy posesivo, que a esa altura le inspiraba miedo. Por fortuna, cuando los quince años de egresados arribaron, Sabrina ya había logrado desprenderse de las culpas y concretar el divorcio. Fue así que no solo quiso asistir al evento, sino que colaboró en su organización entera.

El sábado del festejo, la mujer amaneció nerviosa como una colegiala. Reencontrarse con muchos rostros que hace años que no veía la inquietaba, pero, sobre todo, le alteraba su calma la idea de volver a ver a su viejo enamorado con el que apenas duró unos pocos días. Mucha agua había pasado bajo el puente, había besado y amado; se había desilusionado y le habían roto el corazón, pero jamás había dejado de pensar en él y no pudo más que preguntarse si el sentimiento era mutuo.

Llegó al evento disimulando su estado alterado y con su mejor vestido de un azul profundo. Lo vio apenas llegó, alto, vestido de jean y camisa blanca: “Con ese aire de chico intelectual, pero muy cool”, recuerda Sabrina. “Me acerqué unos metros con la excusa de servirme algo para tomar y clavó enseguida sus ojos en mí, casi me muero. Acto seguido, pronunció mi nombre y ahí dejé de respirar”, continúa entre risas.

Desde que Sabrina y Charly se reencontraron, comenzaron a vivir un período maravilloso en sus vidas.

Esa noche fue mágica. Él estaba soltero, ella también estaba disponible, pero más importante aún: Sabrina ya no tenía miedo a besar; sentir su boca sobre la suya se transformó en el mejor momento de su vida.

¿El último beso?

Sabrina se sentía en el cielo. Estaba viviendo los mejores meses de su vida con Charly, cuando una nueva tormenta oscureció sus días.

El principio de este fin llegó cierta mañana, de la mano de un suceso en el que la protagonista prefiere no ahondar demasiado para cuidar la intimidad. Lo que sí asegura es que se interpuso en sus vidas de manera implacable. Allá a lo lejos, cuando casi eran unos niños, habían sido los mandatos de su madre los que se habían colado en sus vidas para imponer una distancia donde ganó el miedo: “Hoy se trata de la familia de Charly, de una situación compleja que involucra a su pasado amoroso, una enfermedad y un sentimiento de deber que pocos logran comprender”, trata de explicar Sabrina.

“Yo lo comprendo y lo amo, sin importar que hoy no estemos juntos”, asegura emocionada. “En los tiempos que pudimos compartir logré, gracias a él, hacer cambios en mi vida con los que jamás hubiera soñado. A veces me pregunto por qué los mandatos nos pesan tanto, pero hoy elijo aceptar”, concluye Sabrina, que hasta la actualidad sigue en contacto con Charly, con respeto y distancia, confiada en que en un futuro llegará el día en que el beso entre ambos sea el definitivo.

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