Con este verdadero suceso de público y premios (ganó numerosos Hugo por sobre las comerciales “La sirenita” o “Despertar de primavera”) el Cervantes se jacta de un espectáculo de primer nivel que está a la altura de cualquier musical de Broadway y Londres, con precios accesibles.
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Las réplicas perfectas de Tato Bores y Enrique Pinti, encarnados con genialidad por Marco Antonio Caponi y Sebastián Suñé, respectivamente. Sus monólogos son de lo más celebrado y disfrutable.
Las funciones de jueves a domingos con sala llena desde mayo a diciembre de “La revista del Cervantes” demuestran que es posible que el Estado cobije y fomente el acervo cultural tan rico de nuestra Argentina diversa y ecléctica. Que sea ese gran teatro nacional, el único del país, el que ostenta una producción de semejante envergadura, es una caricia al alma en tiempos en que el gobierno parece dejarla a la deriva.
Con este verdadero suceso de público y premios (ganó numerosos Hugo por sobre las comerciales “La sirenita” o “Despertar de primavera”) el Cervantes se jacta de un espectáculo de primer nivel que está a la altura de cualquier musical de Broadway y Londres, con precios tan accesibles que habilitan a los varios que asisten más de una vez. No es menor recordar que el Cervantes presenta siempre su versión accesible para ciegos, así como está preparado para público con discapacidad y eso se nota en el público.
Que en el Teatro Nacional Cervantes anide una obra tan majestuosa, delirante, imponente, ingeniosa, con derroche de talento desde sus actores, bailarines, músicos, a las áreas artísticas, es una muestra más de la premisa que signa nuestro teatro argentino: no dejar de hacerlo nunca.
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La obra parte de la idea del inmenso Gonzalo Demaría, actual director del Cervantes y prolífico dramaturgo, escritor e investigador, especialista en amalgamar palabras y pintar aldeas en las que resulta un deleite perderse. En el 2011 Demaría publicó el libro “La revista porteña: teatro efímero entre dos revoluciones (1890-1930)” y pasaron casi 15 años para que pudiera plasmar aquellas reflexiones en una obra teatral. Autor de las magníficas “Sansón de las Islas” (que se vio en el San Martín este año); “La comedia es peligrosa” escrita en ocasión de los 100 años del Cervantes; “Happyland”, “El romance del Baco y la Vaca”, escrita para Marco Antonio Caponi, con quien hoy vuelve a compartir este proyecto y “Tarascones”, que continúa multiplicando temporadas, con “La revista del Cervantes” Demaría acercó la idea y resulta imposible no pensar en su pluma cuando discurren textos en verso, siempre ocurrentes, bellos, rítmicos e hilarantes.
Demaría explicó en el programa de mano que eligió la revista porque “nuestro teatro debía rendirle homenaje, la revista es la contribución más importante del teatro argentino a la cultura pop. Porque el espectáculo celebra el esplendor de los años locos del país y recrea un mito”.
En la confección del espectáculo se rescataron partituras originales de la orquesta que suenan después de un siglo. El vestuario fue realizado durante los últimos años años ya que se recuperan piezas históricas de los depósitos del Cervantes. No faltan la escalera obligada, los cómicos, las vedettes, las plumas y cinco autores nacionales: Alfred Allende, Sebastián Borensztein, Juan Francisco Dasso, Marcela Guerty y Juanse Rausch.
La gran sala María Guerrero del Cervantes y su plataforma giratoria es la atinada para que se monte una historia donde los personajes del drama y la comedia se preguntan por todos los géneros que pasaron por el escenario del Cervantes y apuntan que el género revisteril, por impúdico y menor, no puede tener cabida en esas tablas. Esos personajes construidos magistralmente por Alejandra Radano y Carlos Casella repasan la historia de este gran teatro nacional, además de encarnar a Olinda Bozán y Monsieur Bertin respectivamente.
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Es un deleite visual el vestuario diseñado por María Emilia Tambutti, las coreografías de Andrea Servera, la escenografía fastuosa y movible de Andrea Mercado con proyecciones que la modifican permanentemente creadas por Juan Selva, la dirección musical de Fernando Albinarrate, que amalgamó canciones que van de Discépolo, Korneta a Jorge Porcel o Manuel Romero, entre tantos otros. Todo bajo la batuta del director general y puestista Pablo Maritano.
Nada de esta magia ocurriría si no creyéramos ver sobre el escenario a las réplicas perfectas de Tato Bores y Enrique Pinti, encarnados con genialidad por Marco Antonio Caponi y Sebastián Suñé, respectivamente. Sus monólogos son de lo más celebrado y disfrutable, en esta suerte de viaje al pasado y un repaso ajustado por nuestra historia argentina, sintetizada en pocas palabras, tan adecuadas y cuidadosamente elegidas. Mónica Antonópulos como el espíritu que debe ayudar a Bores y Pinti a llegar al cielo tiene un sueño que se hace realidad: ser vedette. Hay sketches maravillosos que siguen siendo vigentes aunque hayan sido presentados hace más de 100 años, por caso, “Milonga de la cebolla”; “Los jugadores”, “Las bananas” o “Vaselina”.
El trabajo en equipo de este verdadero seleccionado del teatro incluye al elenco, la Orquesta del Cervantes, la Compañía Nacional de Danza Contemporánea y un staff que cuenta con el trabajo realizado en los talleres de escenografía y vestuario del Cervantes y Colón para el vestuario del Cuadro Can Can.
Semejante despliegue fue moneda corriente en los lejanos tiempos dorados del teatro Cervantes y otros como El Nacional donde las revistas agotaban entradas. Los hábitos se transformaron y no se hizo más revista, en cambio irrumpieron los stand up e influencers en teatros. Por eso resulta, lastimosamente, tan sorprendente ver algo así hoy, en tiempos de poda de presupuesto y personas. Pero esta maravilla que es “La revista del Cervantes” viene a decirnos que hacer esta clase de teatro y soñar con seguir haciéndolo, todavía es posible
