El apelativo Don, pequeño título nobiliario de la cultura gaucha

El tratamiento de “Don” hacia una persona implica un sentimiento de respeto. El gaucho lo anteponía a los nombres, sobrenombres y apellido de alguien. Por ejemplo: Don Segundo Sombra, Don Carlos, Don Ávila, etc.

Etimológicamente según la Real Academia Española el término “Don” deriva del latín “Dominus”, (en femenino, Dómina), es decir “propietario” o “señor” y de ahí se adaptó para señalar a alguien con virtudes de señor, de caballero. Otras versiones indican que proviene del latín medieval “dóminum” o “dóminam”: es decir “dueño” o “dueña”. Refieren al que tiene posesión, potestad, poder sobre algo o alguien.

“Don” también significa un regalo, un presente, una dadiva, una gracia especial y se refiere a algo bueno que alguien recibe. “Donar”, es dar, darse, ser generoso, pensar y actuar en los demás.

En sus orígenes, el de Don fue un título menor en la época de las colonias españolas que señalaba a alguien que, que sin ser necesariamente de “sangre azul” o de gran fortuna, recibía un tratamiento diferenciado en la sociedad signando su alcurnia. Es el caso de los adelantados, individuos que poniendo medios económicos propios y contando con la confianza y respeto del Rey se lanzaban a la conquista de América en nombre de la Corona española, y ahí tenemos a Don Pedro de Mendoza, Don Juan de Garay. También lo portaron casi todos los Virreyes del Rio de la Plata: Don Rafael de Sobremonte, Don Pedro de Cevallos o Don Baltazar Hidalgo de Cisneros, por ejemplo.

En las modernas monarquías europeas, todavía se usa el tratamiento de «Señor» con el apellido y el de «Don» con el nombre de pila, estas son las más modestas formas de reconocimiento y título social. Hoy es un término que se haya extendido en toda la América hispana.

Si en la Madre Patria el término era reservado a personas de cierto rango social, en la Argentina no siempre fue así. En nuestras tierras siempre para el criollo supuso un tratamiento más democrático que el Don español.

Es popular hoy en día su uso en forma de insulto al decir: “Es un don nadie”, paradoja de indicar que alguien es un gran nadie. Por otro lado, “Tener un don de gentes”, significa un elogio, un reconocimiento en el actuar.

Volviendo a nuestra campaña, fue y sigue siendo un apelativo común. Por lo general se aplica a gente de edad avanzada, nunca a jóvenes, como si quisiera significar que la sabiduría y respeto se adquieren en la madurez de la vida. Se usó por igual para hombres y mujeres. Recuerdo en mi infancia a una mujer mayor que realizaba quehaceres domésticos en el campo y se la llamaba Doña Elvira, nunca “Elvira” a secas ni “señora”, siempre Doña Elvira, esto suponía un gran respeto.

También los próceres y hombres de nuestro país llevaron el titulo Don: Don Juan Manuel de Rosas, Don José de San Martín entre otros. Es curioso casi no existió el “Don” Manuel Belgrano o el “Don” Domingo Faustino Sarmiento, pero si el “Doña” Paula Albarracín de Sarmiento, ilustre madre del prócer Domingo.

Su uso es común en nuestros días, pero como algunas otras tradiciones, está cayendo en franco desuso. Los más jóvenes no lo reconocen como un término moderno o al cual haya que utilizar, sin embargo aún existe y la cultura popular y la sociedad reconocen así a sus iconos, reales como el gran músico Don Atahualpa Yupanqui, o novelados como Don Quijote de la Mancha o “Don Segundo Sombra”.

Atahualpa Yupanqui, 1981.Eduardo Grossman

Don Segundo Sombra” está inspirado en un gaucho real, Don Segundo Ramírez, nativo de San Antonio de Areco y conocido cercano al autor del libro, Ricardo Güiraldes. El escritor lleva a la novela a este personaje, transformándolo en el sabio y viejo mentor del protagonista, el joven aprendiz Fabio. A lo largo del libro, el apelativo “Don” resume en el gaucho Sombra todo los valores que un buen criollo debe tener.

Una anécdota relatada por el pintor arequense Miguel Angel Gasparini (cuyo padre fue ahijado de Ramirez), pinta al gaucho Don Segundo Ramírez de cuerpo entero: En los años 1934-1936, ya publicado el libro, Don Segundo Ramírez era famoso. Solían visitarlo y era entrevistado y fotografiado frecuentemente en su hogar. Vivía con su compañera Doña Petrona Cárdenas en el puesto “La lechuza” de la estancia de los Güiraldes. Una tarde llega un cronista de la revista Caras y Caretas de Buenos Aires. Don Segundo lo recibe cebándole unos mates.

Cuando el periodista nota que el primer mate es dulce le dice sorprendido: “¡Pero Don Segundo, si lo gauchos toman mate amargo!”. Ramirez riéndose, lo miro fijo a la cara y le dijo: “Y si yo ya soy gaucho…”.

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