El colapso municipal en Uruguay: Un réquiem por el estatismo parasitario
La debacle de las intendencias uruguayas es un monumento al fracaso del estatismo, esa enfermedad crónica que infecta a todos los partidos políticos, desde los supuestos «conservadores» del Partido Nacional hasta los abiertamente socialistas del Frente Amplio. No hay distinción de colores cuando se trata de despilfarro, clientelismo y una obsesión enfermiza por el poder a costa del ciudadano. Este desastre no es solo una crisis fiscal; es la prueba irrefutable de que el modelo estatal, hinchado y corrupto, es un parásito que devora la libertad y la prosperidad de Uruguay.
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En Cerro Largo, el Partido Nacional dejó una herencia venenosa: una deuda de 1.600 millones de pesos—40 millones de dólares—que tiene a la intendencia sin combustible, sin crédito y con los sueldos de los funcionarios tambaleando. ¿Qué hicieron los nacionalistas durante años? Engordar sus redes de lealtades políticas, repartir favores y gastar como si el dinero creciera en árboles. Pero no se engañen: el Frente Amplio, con su retórica de justicia social, es igual de culpable. En Montevideo, su feudo desde 1990, la intendencia arrastra un déficit obsceno de más de 90 millones de dólares. ¿Para qué? Para financiar talleres ideológicos, eventos culturales de dudoso valor y una burocracia inflada que asfixia a los contribuyentes mientras la ciudad se ahoga en basura y el transporte público es un chiste.
| Redacción
Canelones, otro bastión frenteamplista desde 2005, es un calco del mismo desastre. Deudas opacas, contrataciones a dedo y una dependencia patética de transferencias del gobierno central—más del 60% de su presupuesto—han convertido a la intendencia en un pozo sin fondo. ¿Dónde está el progreso que prometen estos zurdos de salón? En ninguna parte. Solo hay más empleados públicos nombrados por lealtad, más contratos para los amigos y más promesas vacías que se desvanecen en el aire.
Para los defensores de la libertad y el mercado, este espectáculo es nauseabundo. Las intendencias, sean blancas o frenteamplistas, son un circo de ineficiencia y corrupción. Han pervertido los incentivos económicos hasta el punto de convertir la gestión pública en una máquina de comprar votos. En Montevideo, la intendencia dilapidó 14 millones de dólares en “horas extras” para funcionarios que, mágicamente, solo trabajan los sábados. En Canelones, uno de cada cuatro empleos municipales es un nombramiento directo, una bofetada a la meritocracia y al contribuyente.
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| Redacción
El cortoplacismo de estos políticos es criminal. Obsesionados con ganar elecciones, inflan deudas para financiar proyectos populistas que no sirven más que para sacarse fotos. En Montevideo, Carolina Cosse y su sucesor Mauricio Zunino dejaron una ciudad que el 55% de los montevideanos reprueba por su suciedad y caos vial. Ahora, Mario Bergara promete “ética y transparencia” mientras hereda una intendencia quebrada. ¿Y en Canelones? Francisco Legnani, ungido por Yamandú Orsi, jura cambiar las cosas, pero no puede escapar del lodazal de gastos descontrolados y subsidios nacionales que sostienen su circo.
La verdad es cruda: estos políticos, de todos los colores, son cómplices de un sistema podrido. El estatismo que defienden—con su retórica de “bien común” y “justicia social”—no es más que una excusa para mantener una casta parasitaria que vive del sudor de los uruguayos. Las intendencias son feudos donde los recursos se usan para comprar lealtades, no para generar prosperidad. Este modelo, donde el Estado actúa como un patrón feudal en lugar de un servidor del pueblo, es la antítesis de la libertad.
La oposición, sea del partido que sea, ladra sobre transparencia, pero sus palabras son puro teatro. No basta con auditorías o discursos bonitos. Hay que amputar el tumor: reducir el tamaño del Estado, despedir a los burócratas innecesarios, eliminar los nombramientos por amiguismo y privatizar todo lo que no sea esencial.
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La crisis en Cerro Largo, Artigas, Soriano, Montevideo y Canelones es una bofetada a los ciudadanos. Es la prueba de que el estatismo, sea blanco o frenteamplista, es un cáncer que premia a los políticos y castiga a los que trabajan. La solución no es cambiar de partido, sino dinamitar esta mentalidad socialista que glorifica al Estado y demoniza al mercado. Menos burócratas, menos favores, más libertad. Uruguay no merece seguir siendo rehén de una casta que vive de saquear el futuro.