Maradona tiene los brazos en jarra, luce una camiseta alternativa de Napoli color roja y espera la orden del árbitro para ejecutar el penal. Con la mirada fija en la pelota, al escuchar el ruido del silbato, va decidido y patea al palo izquierdo del arquero de la Sampdoria, quien hace un esfuerzo por interponerse en el disparo, pero no lo logra y deviene en el tanto de descuento que decreta el 1-4 abajo para “los azules”.
Ese fue el último partido y gol del pibe de Villa Fiorito. Fue el 24 de marzo de 1991. Pasaron 34 años. Una semana antes de su último baile, en el encuentro ante Bari, el Diez se había sometido a un control antidoping que terminó dando positivo. Escándalo mediante, la sanción decretaba 14 meses fuera del fútbol italiano. Maradona analiza este episodio como una “vendetta” por su enfrentamiento contra el poder, más concretamente ante la FIFA, que en ese momento comandaba João Havelange.
“Después de mi doping salió el de Caniggia (autor del gol ante Italia en la semifinal del Mundial ’90; quien tuvo paso por Atalanta y Roma) pero después no hubo nadie más. En el fútbol italiano, salvo Maradona y Caniggia, nadie tomó un geniol”, comentaba Maradona con tono irónico en el documental de Emir Kusturica.
Aquella persecución de las autoridades italianas que puso al Diez en el centro de la polémica y en parte fracturó su relación con los napolitanos por un tiempo largo, tenía una explicación. Sus razones fueron pura y exclusivamente por su personalidad, que nunca se silenció ante los poderes y mediante declaraciones, desenmascaró la trama secreta de la corrupción en el fútbol (sin olvidarse de pasar por el terreno de la política).
Un año antes a recibir la sanción por parte de la Comisión Disciplinaria de la Liga Italiana, el pibe de Villa Fiorito -al que solo le pedían que jugara a la pelota, haga dinero y no hablara de nada- disputó el Mundial de Italia ’90. Tras un épico partido de octavos de final ante Brasil con victoria agónica por 1 a 0 y los cuartos de final ante Yugoslavia, donde el suspenso se adueñó de la tanda de los penales, llegaba la semifinal con el dueño de casa.
La victoria fue por penales. Sergio Goycochea, héroe en la tanda de los doce pasos, silenció al país europeo. La salida de Italia fue una catástrofe que terminó reflejada en el famoso relato que recorrió el mundo: «Siamo fuori della Coppa… Un giorno tristissimo». En la final ante Alemania, Maradona no calló las sospechas de voluntades que torcieron el destino de la Albiceleste y acusó a Edgardo Codesal (árbitro del partido) de posibles acuerdos con la FIFA para hacerlos perder la final. Por supuesto, ninguno de sus dichos fueron gratuitos, pero con el paso del tiempo igual los sostuvo.
“Estaba todo armado. Nosotros le cagamos a (Antonio) Matarrese –miembro del Comité Organizador del Mundial– una final puesta con la mano, que era Italia contra Alemania. Ya estaba todo el negocio, le cagamos 180 millones al ente que hizo el Mundial, le cagamos la bandera, le cagamos la bocina, le cagamos el festejo, la televisión, les hicimos un desastre total. Y nos pasó factura”, es el testimonio que contó Maradona muchos años después a Diego Borinsky y que rescata Guillem Balagué en su libro Maradona. El pibe, el rebelde, el Dios.
El temor de las autoridades del fútbol por lo que podría venir, los alertó ante los negocios que debían conservar y llegó la guillotina: la sanción por el uso de una droga social y la oportunidad de desprenderse de “ese limón que ya no tenía más jugo”, como le dijo Fernando Signorini a Jorge Lanata en el programa Malditos. Era el adiós definitivo de una ciudad en la que se terminó convirtiendo en el santo que los sacó del anonimato y las carencias de pertenecer al Sur, para llevarla al centro del protagonismo político y los negocios deportivos.
Fue el 24 de marzo de 1991. Más para acá en el calendario, en la actualidad la fecha coincide con el día de la Memoria, el día en que se pone en ejercicio la maquinaria para no volver a los tiempos más oscuros de Argentina. El día para recordar que un jugador de fútbol puede tener una postura sobre la vida, más allá de los goles y los contratos. Hace unos años, en la señal TyC Sports le preguntaron a Maradona por su mayor rebeldía contra el poder y sin dudarlo, respondió “los militares”. “No me cabieron, no me caben ni me caberán jamás”, aportaba certero.
Maradona nunca fracturó su voluntad de estar cerca de la gente ni su pensamiento de los poderes. La FIFA intentó seducirlo para “ser parte de la familia”, pero su negativa se mantuvo firme. Quiso armar un sindicato de futbolistas, pero no consiguió el apoyo necesario. A pesar de eso, se mantuvo como la voz lacerante del deporte rey. “El más humano de los dioses”, como lo describió Eduardo Galeano, el mismo que hace unas semanas volvió a la explanada por una frase que dijo en los ’90 y parece no perder actualidad: “Hay que ser muy cagón para no defender a los jubilados”.