En este caso, se trata de una artista de la Ópera de Pekín haciendo su magia en Londres. Pero muchas otras imágenes, tomadas en tantísimos otros lugares, podrían servir. Si llegara a cumplirse cierto sueño del transhumanismo –o cierta pesadilla del ambientalismo– y dentro de unos cuantos siglos este planeta fuera territorio ganado por inteligencias artificiales al estilo de lo que imaginó Jorge Carrión en Membrana, o descubierto por seres imposibles de concebir, quizás surja la pregunta de qué significó, al fin de cuentas, ser un ser humano. Y entre las posibles respuestas habría fotos como ésta. Testimonios de nuestra vocación por inventarnos prodigios (¿qué es, sino, la capacidad de retener un instante en una foto?) y de recrear, en un mundo que sabemos cruel e incomprensible, resquicios de belleza, zonas de encuentro donde descansar de ese animal herido que también nos constituye.
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