Cuando los hijos dejan de ser bebés, empiezan a caminar, a hablar, a expresarse, a decir que no, a querer hacer las cosas solos, en definitiva, a crecer, es habitual que las familias empiecen a preguntarse cómo acompañarlos, es decir, cómo criarlos.
¿Existe una única forma? ¿Una mejor? ¿Tenemos que replicar aquellos modelos que conocemos desde chicos?
Hablar de crianza no es fácil. Los tiempos cambian y los modos, también. Y en todo esto el estilo que elegimos para hacerlo nos define como familia, e impacta en la vida de adultos que tendrán nuestros hijos. Con ese objetivo, es clave “sacarnos el viejo chip”, ligado a un modelo más autoritario y basado en el miedo o el castigo, y entender que hoy lo podemos encarar mejor que antes, desde otro estilo, desde otro tipo de crianza.
“No es que la crianza de antes estaba mal, pero sí había un formato, que es con el que fuimos criados la mayoría de nosotros, que estaba basado en el autoritarismo. Esto de decir: “Lo digo yo y punto”. Los tiempos fueron cambiando y los modelos de crianza, también. Entonces, lo podemos hacer mejor que antes y en eso se basa la crianza positiva o respetuosa, en poner límites claros, concisos, ya no desde el castigo, sino desde el respeto y el amor. Ese es el desafío más grande que tenemos los padres por delante”, asegura en el octavo capítulo de “Primerizos, ¿y ahora qué?”, el ciclo interactivo y audiovisual de LA NACION + Huggies, Nutrilon y Swiss Medical, Carina Schwindt, psicóloga, neuropsicóloga clínica infantil, co-autora de los libros Nadie te enseña y ¿Y si nos calmamos?, y creadora -junto con la psicóloga y psicopedagoga Mariana Fernández- del espacio @psiconeuroinfancia, desde donde acompaña a las familias en distintas temáticas vinculadas con la crianza y el desarrollo.
-¿Por qué hablar de crianza es tan difícil hoy?
-No es que sea difícil, lo que pasa es que uno trae un formato de crianza que, a veces, parece que no coincide con la realidad que estamos viviendo ahora. Criar es un trabajo, un desafío, pero no es tan difícil como parece. Ocurre que a veces el inconsciente colectivo nos llena de interrogantes al decir: “¡Ay, es muy difícil, no voy a poder!”.
-En ese contexto, ¿qué implica criar?
-A grandes rasgos implica reinventarse, sacar cosas de la galera. A veces, implica desafíos, paciencia, calma; todas cosas que parecen difíciles, pero que no lo son. Implica amor por sobre todas las cosas.
-Todos venimos con un legado, con mandatos, con formas de hacer las cosas. ¿Cuál es el desafío que tenemos como padres frente a esto? ¿Tenemos que replicar el modelo con el que venimos o podemos innovar de alguna manera?
-No es que toda la crianza de antes estaba mal, ¿no? Pero sí había un formato de crianza, que es la que tenés vos, la que tengo yo, las que tenemos la mayoría, que estaba basado en el autoritarismo. Esto de decir: “Lo digo yo y punto”. Los tiempos fueron cambiando, así como avanza la ciencia en un montón de aspectos, también se avanza en cuestiones de crianza. Entonces, podemos hacerlo mejor que antes y en eso se basa la crianza positiva o respetuosa, es decir, en sacarnos el viejo chip, en lo que era autoritario y estaba ligado con el miedo o el castigo. Ese es un desafío grande que tenemos por delante.
-Hay quienes asocian a la crianza positiva o respetuosa con un modelo muy permisivo o sin límites. ¿Esto es así?
-No, es al revés, se basa en límites claros, concisos, pero puestos de otra manera, no desde el castigo, desde el miedo, sino desde el respeto y del amor, que son las verdaderas conexiones que van a hacer nuestros peques y lo que les va a ayudar en su vida adulta. El contexto y los genes son los que van a determinar la personalidad de un niño. Entonces yo como padre estoy poniendo una semillita de lo que va a ser el futuro de esa persona, y cuanto más saludable sea su neurodesarrollo, mejor persona va a ser. Va a estar bien en empatía, habilidades sociales, comunicación, responsabilidad, y autonomía. Pero algo más quiero decir: cuando hablamos de crianza positiva o respetuosa no es solamente de los cuidadores o los adultos hacia los niños, es de todos, es de la familia en sí.
-¿Cuáles son los pilares que sostienen a ese modelo?
-Bien, son cuatro pilares:
-Hay otro concepto que mencionás y que se refiere a criar con sentido común. ¿Qué sería eso?
-Cuando hablamos de sentido común es tratar de tener idea de qué hacer o qué decir en determinadas situaciones, ¿no? Eso es el sentido común, que parte de una idea no particular, sino de algo más colectivo. Lo que pasa es que cuando hablamos de sentido común respecto de la crianza vienen todas estas ideas del sentido colectivo y ahí uno dice: “¿Qué hago?” Porque está lo que me dicen, lo que debo hacer y lo que me sale hacer. En esos momentos, hay que priorizar el sentido común propio. Intentar decir: “Bueno, esto es lo que me sale en este momento”, y eso sirve como aprendizaje también. La maternidad o la paternidad lleva un aprendizaje y lleva a una revisión: “Si ayer lo que hice no me funcionó, me desbordé y grité, ¿qué puedo hacer hoy para no repetirlo?”. Es vivir el día a día. Es pararse, detenerse, mirar.
-En Nadie te enseña, el libro que escribieron con Mariana Fernández, hablan del desborde de los adultos y también del desborde emocional de los chicos. ¿Cómo repercute eso en la casa? ¿De qué forma tenemos que actuar frente a ese niño?
-Bueno, acá sirve mucho una frase que tenemos por ahí que es: “Tu calma, calma”. La regulación de todo niño, siempre, siempre, siempre va a venir por parte del adulto que esté con ese niño en ese momento, en esa situación, porque el cerebro del niño todavía no está formado para decir: “Mamá, quedate tranquila, yo respiro, yo me regulo”. No tiene esa parte racional. El primer paso, que es el más difícil, es el de conservar la calma; sino le estamos pidiendo a un niño que se regule cuando nosotros adultos no podemos regularnos, cuando ya tenemos nuestro cerebro formado. Además, hay que recordar que los niños aprenden por dos mecanismos: por imitación, y por ensayo y error. Si no hay una reacomodación de la conducta, esto es decirles lo que se espera que haga en esa situación, lo va a seguir repitiendo porque se convierte en una conducta instalada.
-¿Cómo hacemos para cambiar una conducta o corregir un hábito que estamos viendo en los chicos? ¿Qué implica el concepto de conectar en este sentido?
-Conectar para redirigir. Tiene que ver con la empatía. Si a mi nene, por ejemplo, se le rompió el auto y reacciono así: “Te dije un montón de veces que no choques el auto contra la pared porque se iba a romper”. Ahí no estoy conectando. Ese nene seguramente está enojado o triste porque se le rompió el auto. Si nosotros hacemos foco solamente en la acción y no en el sentimiento, ahí no hay conexión para que haya una reacomodación de la conducta. Sea quien sea el adulto, tiene que haber una conexión. Y para que haya conexión, hablamos de las emociones: “¿Entiendo que estás enojado, pero te acordás que antes hablamos que no había que golpearlo contra la pared?¿Cómo tenemos que jugar la próxima vez?”. Seguramente te pida otro autito. Y la respuesta tiene que ser: “Hasta que no aprendamos que los autitos no se golpean contra la pared, no vas a tener otro autito. Practiquemos. Y así jugamos”. Le explicamos, eso es lo importante. Y no hay que confundir esto: validamos con los chicos su emoción, lo que están sintiendo, pero no la acción, porque si aprobamos la acción, ellos lo van a volver a hacer.
-Retomo el tema de los desbordes en los chicos. Esos desbordes, ¿son siempre berrinches?
-No siempre. Los berrinches están y son esperados en el neurodesarrollo de un niño de entre dos y cuatro años, después tienden a bajar. Los berrinches son una manifestación de enojo ante una situación de frustración. Es su manera de expresar la frustración, sobre todo cuando le decimos que no. A nadie le gusta que le digan que no, menos a un niño. Ellos se rigen por el principio de realidad y no por el principio de placer. Por eso, eso de: “Le dije que espere”, no sirve. No sabe esperar porque todavía se rige por el principio de realidad, que es aquí en el ahora. No hay tiempo, no hay temporalidad. Entonces decirles que después lo van a tener es medio complicado. Hay que ir más a lo concreto. “Vamos a ir a jugar a la plaza cuando la aguja del reloj esté acá”, por ejemplo. Cortito, conciso. Cuando más explicaciones damos, peor.
-Traigo a colación algo que está muy ligado a lo que estás diciendo que es la importancia de establecer rutinas. ¿Qué papel cumplen? ¿Por qué son tan aliadas en la crianza?
-Las rutinas son formas de ordenar a ese cerebro que va creciendo, lo mejor posible, y potenciar al máximo sus habilidades. Ayudan a los peques a organizarse, a bajar la intensidad, a ser responsables y autónomos, a crear responsabilidades acorde a los hitos del desarrollo (son los que los niños pueden dar según la edad cronológica). No le puedo pedir a un niño de dos años que tienda su cama, pero sí a uno de seis porque ya tiene la capacidad para hacerlo. Hay rutinas que sí o sí tienen que estar: la alimentación, el sueño, la higiene y el juego, porque un niño que no juega es señal de alerta. Cuanto más podamos marcar una rutina, más fácil va a ser el clima en el hogar, porque se construyen hábitos y los hábitos tardan en construirse. Al principio va a costar, pero a medida que vayan practicando lo que implique esa rutina será mejor.