Opinión
Chiqui Tapia, con la Copa América y los Juegos Olímpicos por delante.
Durante casi dos meses, acaso hasta los primeros días de agosto, las Selecciones Nacionales dominarán el centro de la escena del fútbol argentino. La Mayor, dirigida por Lionel Scaloni, comenzará dentro de nueve días la defensa de la Copa América que ganó en Brasil durante 2021 y ahora tratará de retener en los Estados Unidos. Y la Sub 23, a cargo de Javier Mascherano, irá en julio a los Juegos Olímpicos de Paris a tratar de ganar la tercera medalla dorada de la historia.
Hay mucho en juego en las dos competencias, mucho más que esa Copa y esa medalla. Una doble consagración reforzará la posición militante que la AFA y en particular su presidente, Claudio «Chiqui» Tapia, viene sosteniendo en contra de la conversión de los clubes en sociedades anónimas deportivas. En cambio, una doble frustración podría despertar o potenciar voces opositoras que parecen momentaneamente calladas. Y que están esperando una patinada deportiva para reaparecer predicando las bondades del modelo privatizador.
Si levanta la Copa América el domingo 14 de julio por la noche en Nueva Jersey y además, se cuelga la medalla dorada el 9 de agosto en París, Tapia será intocable. Podrá decir que todos esos éxitos se han logrado con las sociedades civiles sin fines de lucro y sin la necesidad de inyectarles a los clubes fondos frescos de dudosa procedencia. Y como hasta ahora, seguirá teniendo a casi todos los dirigentes del fútbol argentino alineados en torno de su figura, su política y la caja millonaria en dólares que alimenta la Selección.
Pero también alli subsiste un riesgo. Y es que los éxitos deportivos le otorguen al presidente de AFA la suma del poder futbolístico y se interpreten como un aval para hacer cualquier cosa. Algo por el estilo sucedió después del Mundial de Qatar: envalentonado por la gloria máxima y las fotos con la Copa del Mundo y al lado de Lionel Messi, Tapia se supuso infalible y consiguió que sus deseos fueran órdenes y que la mayor parte de la dirigencia se mordiera los labios para acallar disidencias que no suelen ser bien recibidas. Nadie, salvo Juan Sebastian Verón y Andrés Fassi, los presidentes de Estudiantes dela Plata y Talleres de Córdoba, se atreve a cuestionar la exagerada cantidad de equipos en las dos categorías principales y el manejo poco transparente de los arbitrajes y el VAR. «Chiqui» Tapia es el dueño de la pelota. Y lo hace sentir.
Sería un exceso afirmar que el futuro del fútbol argentino estará en cuestión durante los próximos sesenta días. Pero de lo que ocurra en las canchas estadounidenses y francesas dependerá la mayor o menor fortaleza que tendrá Tapia para asumir la defensa del actual modelo institucional. La muralla que le puso al impulso privatizador que capitanean el presidente Javier Milei y el expresidente Mauricio Macri por ahora ha resultado infranqueable. La Copa América y la medalla dorada olímpica pueden ayudar a reforzarla. Una derrota en los dos frentes puede empezar a fisurarla. Esta historia está por empezar. Habrá que ver como termina.