España y Argentina tienen muchas similitudes en cuanto a costumbres e idiosincrasia compartidas por sus poblaciones. Los españoles en su momento han elegido nuestro país para emigrar y viceversa. La lengua y ciertas tradiciones comunes han hecho más fácil para todos el arraigo.
En donde no hay demasiadas equivalencias ha sido en el desarrollo deportivo de ambos países. Es que si se excluye al omnipresente fútbol en la valoración, el avance español en la mayoría de los deportes olímpicos ha sido incesante en los últimos 40 años, mientras que nuestro amesetamiento o retroceso, salvo pequeños períodos, también fue para remarcar.
España aprovechó muy bien su gran oportunidad de crecimiento para los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992.
A favor de una planificación seria y con notable continuidad, mejoró su entonces pobre infraestructura deportiva, incentivó la participación de niños y jóvenes de ambos sexos en el deporte, creando condiciones más favorables para la participación en deportes de la mujer, que hasta los años ’70 estuvo relegada de la escena deportiva. Todo esto mediante diversos planes y becas, de donde se destacó el formidable Programa ADO.
Además, trabajó fuertemente en la promoción de deportes poco practicados en la península o en vías de desaparecer, por tener pocos deportistas federados. También sus autoridades y especialistas estuvieron atentos a la irrupción de nuevas disciplinas o categorías olímpicas, para aprovechar las oportunidades que pudieran surgir.
En fin, tuvieron una política deportiva. Esa política fue planificada por expertos y no simplemente declamada por militantes, y la pudieron sostener exitosamente en el tiempo, más allá de los cambios y avatares políticos que por cierto los tienen.
Argentina, en tanto, por falta de continuidad y al no tener consensos políticos mínimos, aunque sea en temas básicos, dejó pasar consecutivamente las posibilidades como los Panamericanos de Mar del Plata 1995, y los Juegos de la Juventud Buenos Aires 2018.
Al contrario de España, en donde Barcelona ’92 significó no solamente una gran competencia, sino un faro para el deporte de representación nacional, nosotros no pudimos sostener los logros deportivos en el tiempo, ni la continuidad del desarrollo de los jóvenes talentos detectados.
No sorprende entonces que, por ejemplo, España clasifique a seis boxeadores para París y nosotros a ninguno, precisamente en el deporte que nos dio más medallas olímpicas en la historia.
Tampoco extraña que los especialistas en deporte españoles, piensen que podrían tener posibilidades de obtener alrededor de 15 medallas, en más de una decena de diferentes deportes, y nosotros dependamos solamente de los logros de algún deporte de equipo como el fútbol o el rugby. O de hazañas individuales no planificadas y cada vez más inviables.
Ya lo dije en más de una oportunidad y lo vuelvo a repetir. Desde aquella política deportiva de Juan Domingo Perón en los años ’40 y ’50, no conocimos otro período en el que el deporte ocupara el lugar que merece en la consideración política, traducida en presupuestos acordes y en el disfrute social del mismo.
Aquella situación casi ideal no se ha vuelto a repetir, y lo que es peor, no se han podido fabricar consensos políticos acerca de lograr al menos el sostenimiento de lo ya obtenido.
Hoy, absurdamente se piensa en recortar como si fuera un lujo, al deporte masivo a través de los Juegos Evita, y también al de representación nacional.
A pesar de tantos años y evidencias internacionales, la política es ignorante en general de sus virtudes, y ve al deporte como algo simplemente simpático, o como el lógico desborde hormonal de jóvenes ociosos.
Aún la enorme mayoría de los políticos y políticas, parece que no se han dado cuenta o ignoran la formidable influencia del deporte como herramienta formidable para la cohesión social.
* Ex Director Nacional de Deportes.